Mis recuerdos de infancia están marcados por las grandes
tormentas de junio, que solían ser un acompañante fiel de mis celebraciones de
cumpleaños. Sin embargo, en los últimos años, he observado, al igual que muchos
otros, que las lluvias se han vuelto cada vez más escasas.
En una reciente conferencia titulada 'El fenómeno de El Niño
y sus impactos en México', realizada en la UNAM, Benjamín Martínez,
investigador del Grupo de Cambio Climático y Radiación Solar del Instituto de
Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático, señaló que entre el 92% y 93% del
territorio mexicano está experimentando lluvias mucho más bajas en comparación
con sus máximos históricos. Esta disminución en las precipitaciones no es un
fenómeno aislado, sino que es una tendencia que se observa en todo el mundo, y
se atribuye a varios factores, incluyendo el cambio climático y la variabilidad
natural del clima, por ejemplo, los efectos de “El Niño”.
Pero la disminución de las lluvias no es el único cambio que estamos experimentando. Según un informe de las Naciones Unidas, las olas de calor, como las que actualmente están afectando a nuestro país, se están volviendo cada vez más frecuentes y continuarán al menos hasta 2060, independientemente de si logramos mitigar el cambio climático. Estas olas de calor están provocando incendios forestales y sequías sin precedentes en varias partes del mundo, y están relacionadas con el calentamiento global causado por la actividad humana.
Las olas de calor, que ya son un fenómeno preocupante, se
prevé que se intensifiquen aún más en los próximos años de acuerdo con los
modelos y predicciones. Estas olas de calor no solo serán más frecuentes, sino
también más intensas, lo que podría tener consecuencias devastadoras. Las zonas
más afectadas serán aquellas que ya están lidiando con temperaturas extremas,
como las regiones desérticas y las áreas urbanas densamente pobladas, como
Nueva York, Londres, París y por supuesto la CDMX, donde el efecto de isla de
calor puede intensificar aún más las altas temperaturas.
Se atribuyen este fenómeno a una combinación de factores,
incluyendo el cambio climático, una menor cantidad de polvo del Sahara por los
domos anticiclónicos que han reducido el flujo de vientos y el hielo del
Ártico, que está reflejando los rayos del sol.
Brian McNoldy, investigador de la Escuela Rosenstiel de
Ciencias Marinas, Atmosféricas y de la Tierra de la Universidad de Miami
recientemente lanzó un tweet que describe como una “locura” pues quienes
estamos acostumbrados de manera habitual a leer este tipo de datos observamos números
casi increíbles. Por ejemplo, este aumento de temperatura del Atlántico no se
había visto prácticamente en 150 años.
Este recrudecimiento de la llegada de “El Niño” es provocado
por la actividad humana, y generará catástrofes con lluvias y huracanes
intensos, pero también acompañados de grandes sequías y ondas de calor.
Pongamos un ejemplo que vivimos en México hace unas semanas.
El pasado 7 de junio se desbordó el Río Chiquito de los Remedios en Naucalpan, cuando se
registró una tormenta atípica en una parte del municipio de Naucalpan. En un
par de horas la estación hidrométrica Totolica registró una tormenta de máximas
de 90 mm que se dio en una zona muy reducida. Sin embargo, a partir de ella no
se han registrado lluvias en muchos días en la zona.
Efectivamente, no estamos presenciando una ausencia total de
lluvias, sino un cambio en su patrón. Las precipitaciones podrían volverse
extremas en cortos periodos de tiempo, o en el caso de los huracanes, de
duraciones e intensidades muy grandes. Sin embargo, este tipo de lluvias no se
aprovechan adecuadamente, especialmente en las zonas urbanas, debido a la falta
de áreas verdes que puedan captar y absorber estas aguas. En lugar de ser
utilizadas, estas aguas de lluvia terminan en afluentes, drenajes y aguas
residuales, lo que a menudo provoca catástrofes.
El fenómeno de no aprovechamiento de las lluvias es un
problema significativo que se ve exacerbado por la urbanización y la falta de
infraestructura adecuada. En las ciudades, las superficies impermeables, como
el asfalto y el concreto, impiden que el agua de lluvia se infiltre en el suelo
y sea utilizada. En lugar de eso, el agua se canaliza rápidamente hacia los
sistemas de drenaje, lo que puede sobrecargarlos y provocar inundaciones.
Además, este rápido escurrimiento impide que el agua se utilice para recargar
los acuíferos subterráneos, lo que podría ayudar a mitigar la escasez de agua
durante los periodos de sequía.
En cuanto a los huracanes, se prevé que su intensidad y
duración aumenten debido al calentamiento global. Los huracanes se alimentan de
las aguas cálidas de los océanos, por lo que a medida que las temperaturas de
la superficie del mar aumentan, también lo hace la energía disponible para
estos fenómenos meteorológicos. Esto puede resultar en huracanes más fuertes y
duraderos, que pueden causar devastación en las áreas afectadas. Además, a
medida que el clima se calienta, la atmósfera puede contener más humedad, lo
que puede llevar a lluvias más intensas durante estos eventos de huracanes,
aumentando el riesgo de inundaciones catastróficas.
El huracán Patricia, que se formó en 2015, es conocido por
ser uno de los ciclones tropicales más intensos jamás registrados en el
hemisferio occidental. Con vientos sostenidos de 345 km/h, Patricia se
convirtió en un fenómeno meteorológico extremadamente peligroso. Sin embargo, a
pesar de su intensidad, no fue el huracán más catastrófico, pues a través de
los años los sistemas de alertamiento y el trabajo de las instituciones ha
logrado mitigar las pérdidas humanas.
El cambio climático y las catástrofes naturales amenazan con
revertir los avances logrados en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.
Se estima que en la próxima década, el cambio climático podría sumir en la
pobreza a 100 millones de personas en todo el mundo. Los más afectados son los
países, regiones y personas más pobres, que están más expuestos a los impactos
del cambio climático y las catástrofes naturales. Además, cuando se producen
shocks climáticos, los pobres suelen perder una mayor parte de su riqueza y
tienen menos recursos para hacer frente a los impactos negativos.
En América Latina y el Caribe, las regiones con pobreza extrema son las más vulnerables a las fuertes lluvias e inundaciones. Además, en todos los países de América Latina, la temperatura está correlacionada negativamente con el PIB per cápita, lo que significa que los países más pobres están más expuestos a las altas temperaturas. Cuando se producen shocks climáticos, los pobres suelen perder una mayor parte de su riqueza. Además, tienen menos posibilidades de hacer frente a los impactos negativos de los shocks climáticos y a recuperarse de sus efectos.
La urgencia de atender las carencias y desigualdades exacerbadas por el cambio climático no puede ser subestimada. Es imperativo que se generen políticas sociales y ambientales robustas y efectivas, dedicadas a mitigar el shock climático en los más vulnerables. La adaptación y la resiliencia deben ser construidas desde la base de nuestras sociedades, asegurando que nadie quede atrás en nuestra lucha colectiva contra el cambio climático. La sostenibilidad y la equidad deben ser los pilares de nuestro futuro, un futuro que debemos comenzar a construir hoy.