Colosio: La imposición de un mito.

 


A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo el asesinato de diversos caudillos y líderes ha generado un efecto sorprendente en su legado. En muchos casos, la muerte de estos personajes provoca que su figura sea elevada a niveles míticos, ganando incluso más fama y reconocimiento que cuando estaban vivos. La tragedia de su pérdida suele generar una idealización de sus acciones y creencias, lo que a menudo lleva a atribuirles logros y características que quizás no reflejen por completo la realidad de sus vidas.

Así, en 1994 Luis Donaldo Colosio Murrieta pasó a formar parte de esa historia un 23 de marzo, cuando, como candidato priista a la presidencia de México, fuera asesinado en uno de los barrios más pobres de Tijuana en pleno recorrido con simpatizantes. Existen muchas historias alrededor de su muerte a manos de, según dice la historia oficial, Mario Aburto Martínez, quien siempre afirmó actuar solo. A pesar del mal manejo del caso y las teorías aún existentes, la controversia persiste y Aburto sigue en prisión.

Aún siendo el candidato designado por Salinas y representante del evidente oficialismo hegemónico, Colosio enfrentó dificultades como una falta de financiamiento y una disminución en el apoyo popular. El levantamiento zapatista en Chiapas y el papel de Manuel Camacho como mediador en el conflicto también generaron rumores sobre la posibilidad de reemplazar a Colosio. Al relanzar su campaña el 6 de marzo dio un famoso discurso que el imaginativo colectivo atribuye como ruptura con Salinas y su “sentencia de muerte”, la realidad es que ya había expresado críticas al presidencialismo incluso años atrás y en varias ocasiones.

Si analizáramos los discursos de los aspirantes priistas a la presidencia desde mediados del siglo pasado y los mezcláramos, sería complicado determinar a qué candidato pertenece cada uno. En su tiempo, todos mencionaron reformas, distanciamiento y democratización. El mensaje de Colosio no fue realmente novedoso en su profundidad. Emotivo si, diferente a los demás candidatos no.

Comenzó su militancia en el PRI en 1968, de acuerdo con la investigación de Álvaro Delgado, y demostró su adhesión y cercanía al partido en un contexto complicado para México. Ese año, el país vivió la trágica matanza de estudiantes en Tlatelolco. Otras fuentes lo citan hasta 1974.

Durante la campaña presidencial de Carlos Salinas en 1988, Colosio desempeñó un papel destacado como coordinador. Aquella elección estuvo empañada por acusaciones de fraude electoral, y crímenes en contra de la oposición liderada por Cuauhtemoc Cárdenas, en la que Colosio fue un actor clave en la contienda.

Colosio fue, en gran medida, moldeado por Carlos Salinas de Gortari. Fue quien lo impulsó para dirigir el PRI, le otorgó la recién creada Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y, finalmente, lo impulsó como candidato a la presidencia. La mentoría y el apoyo brindados por Salinas jugaron un papel crucial en el desarrollo político de Colosio.

El padre de Colosio también fue un destacado político priista desde los años 50’s. Ocupo diversos cargos, incluso la Presidencia Municipal en la ciudad natal de Luis Donaldo, Magdalena de Kino, Sonora. Fue también secretario de Agricultura, cuando gobernó Beltrones el Estado.

Por su parte, Colosio se identificaba plenamente con el salinismo y asumía con orgullo su cercanía con Salinas. Hasta el punto de imitar el estilo personal del entonces presidente, como el uso de un reloj Casio similar al de Salinas. Esta identificación con su mentor reflejaba la lealtad y el compromiso de Colosio con las ideas y el proyecto político de Salinas.

En este análisis, no se busca evaluar a Luis Donaldo Colosio como individuo, sino más bien desentrañar el mito creado en torno a su figura como un demócrata. Esta narrativa fue construida por el mismo PRI, partido que paradójicamente estuvo involucrado en su trágico final. La transformación interna de ese partido era necesaria en aquel momento, ya que el régimen enfrentaba una marcada decadencia. El mito de Colosio como símbolo de democracia sirvió para enmascarar la lucha interna y los cambios profundos que el tricolor debía abordar para renovarse y enfrentar los retos políticos y sociales de la época.

La construcción del mito, que incluso le dio el respiro necesario a Zedillo para ganar la presidencia con amplia ventaja, se maquino al interior del mismo sistema que le quitó la vida. Nos impuso este sistema sus propios ídolos, como si se tratara de una neocolonización, implantaron en la creencia en el pueblo que estaba harto de la hegemonía del PRI, de que Colosio no representaba el mismo PRI al que pertenecía. La realidad es que se trataba de un político hábil y carismático, pero atado con casi todo el sistema, quien pretendía ganar, como cuando aplastó a la oposición siendo dirigente del PRI en las elecciones intermedias de 1991, con las viejas tácticas propias de ese partido.

La implantación en la memoria colectiva del pueblo de una especie de caudillismo no fue muy complicada en un México sediento de justicia, como paradójicamente decía Colosio; este fenómeno de mitificación puede ser resultado de la necesidad colectiva de encontrar héroes y símbolos en tiempos de crisis o incertidumbre.

La memoria popular tiende a enfocarse en los aspectos más destacados y admirables de estas figuras, magnificando su importancia y a veces incluso olvidando sus posibles fallos y contradicciones. De esta manera, los caudillos asesinados se convierten en mártires y símbolos de lucha que trascienden su propia existencia.

Ningún político ni ciudadano debe ser víctima de asesinato. La violencia y la intimidación no tienen lugar en una sociedad democrática. Los trágicos acontecimientos en Lomas Taurinas dejaron marcada a una sociedad que finalmente los expulsó 6 años después, para dar paso a una supuesta alternancia, que solo acentuó el poder político de muchas figuras trascendentes de ese mismo grupo.

Como lo dijo Andrés Manuel López Obrador en 2014 respecto de este suceso. No deja de ser un crimen político, plagado de historias, conjeturas y sobre todo, oscuridad y falta de justicia. Como muchos otros homicidios, incluso el más cercano a Colosio de un presidente, el de Álvaro Obregón, la verdad y la justicia nunca llegó. Cumplieron los objetivos, al menos esta vez parcialmente, de quienes perpetraron esto.

A casi 30 años, la figura de Colosio sigue inspirando más allá de su legado real, un fenómeno que no es exclusivo de él. A menudo, el caudillismo y el culto a la personalidad en torno a líderes asesinados tienden a engrandecer su imagen y su impacto, convirtiéndolos en símbolos más grandes de lo que realmente fueron en vida.

Pero nos deja un importante mensaje, la capacidad de la máquina mediática, de ese amasiato político entre los medios, el dinero y el poder, para crear en el colectivo social figuras y héroes, donde no los hubo.